Por Gustavo Thompson.
Un cambio estructural en la conducta electoral
Las elecciones del 26 de octubre dejaron al descubierto un fenómeno que venía gestándose hace años: el voto religioso, ideológico o doctrinario ha perdido peso real en la toma de decisiones políticas. En su lugar, emerge con fuerza el voto emocional, un comportamiento electoral impulsado por la conexión sensorial, la empatía y la identificación simbólica con los candidatos más que por sus plataformas, credos o estructuras partidarias.
El ciudadano emocional reemplaza al militante racional
Desde la perspectiva de la neuropolítica, disciplina que estudia cómo las emociones moldean el pensamiento político, el votante argentino actual ya no responde a los viejos relatos partidarios ni a los símbolos ideológicos tradicionales. La neurociencia ha demostrado que más del 85% de las decisiones humanas se toman de manera inconsciente, guiadas por emociones primarias como el miedo, la esperanza, la bronca o la ilusión.
El nuevo ciudadano vota por cómo lo hace sentir un candidato, no por lo que representa en términos doctrinarios. El cerebro límbico —sede de las emociones— tiene hoy más incidencia que la corteza prefrontal, donde reside la razón.
Del dogma al espejo emocional
El peronismo, el radicalismo, la izquierda o el liberalismo, que alguna vez fueron refugios de fe política, hoy deben competir con figuras que logran conectar en el plano emocional.
Los liderazgos más exitosos no son los que prometen programas, sino los que ofrecen contención emocional: figuras que encarnan al “padre protector”, al “hermano rebelde” o al “hijo esperanzado”.
El voto, en ese sentido, deja de ser una expresión de adhesión ideológica para transformarse en un acto de proyección emocional, donde el votante busca verse reflejado, comprendido o reivindicado.
El fin del relato religioso
Durante décadas, gran parte de la política argentina se sostuvo en una mística cuasi religiosa: el líder como guía, el partido como templo y la liturgia como acto de fe. Ese modelo colapsó.
Hoy el elector no busca redención, sino resonancia emocional. No necesita que le digan qué pensar, sino que alguien le devuelva lo que siente. Los discursos mesiánicos se vacían frente a la demanda de autenticidad y cercanía.
El marketing político ante un nuevo desafío
Las campañas tradicionales, estructuradas sobre ejes ideológicos o racionales, resultan obsoletas ante este escenario. La comunicación política moderna debe comprender el funcionamiento del cerebro emocional: tono de voz, mirada, lenguaje corporal, microexpresiones, ritmo del discurso y narrativa sensorial son hoy más determinantes que las promesas electorales, prudencia y tacto en las puestas en escena.
Quien logre activar neuroasociaciones positivas (seguridad, esperanza, pertenencia, certeza) gana terreno frente a quien apela a consignas frías o tecnocráticas, para ello es vital construir la narrativa correcta y con una sola idea, quienes proponen mas de una desconectan y el cerebro humano no alcanza a identificarlos. Es complejo, a parte, el macho y la hembra no se muestran jamás. jejeje
La política del sentir
La Argentina ingresa en una nueva era electoral donde la emoción gobierna al voto. El votante ya no milita una doctrina, sino una sensación. Los líderes que comprendan este cambio —y aprendan a comunicar desde la empatía, no desde el dogma, los que actúen con creatividad y prudencia mediática— serán los que logren construir poder real en la nueva arquitectura política nacional, hoy la mayoría no saben manejar los tiempos, creen que todos los días, por ejemplo, es bueno saturar con fotos y acciones en redes sociales, todos ignoran que se están auto destruyendo.
El futuro de la política argentina no será ideológico ni religioso: será emocional, sensorial y neurológicamente eficaz.
La comunicación paso a ser profesional e inteligente, hoy no la están ejerciendo correctamente.