El poder de la ultraderecha en redes sociales: un nuevo terreno político con pleno dominio

El poder de la ultraderecha en redes sociales: un nuevo terreno político con pleno dominio

Aplicaciones de redes sociales en la pantalla de un teléfono inteligente. Milei dedicó parte de su discurso a reconocer el papel de las redes sociales en la actualidad política, un fenómeno particularmente explotado por movimientos de ultraderecha a nivel mundial. No es casualidad: en la última década, los sectores de extrema derecha han sabido dominar la conversación en plataformas digitales clave, imponiendo sus temas y marcos en el debate público online. Estudios sobre interacción en línea en distintos países europeos muestran que estos grupos han logrado ser protagonistas en redes sociales por encima de fuerzas tradicionales. Por ejemplo, en España, Alemania, Italia y Polonia la extrema derecha fue el actor más mencionado en debates en Twitter, Facebook, Instagram y YouTube durante meses clave recientes​

 Incluso en 2019 en España, el partido VOX —entonces sin escaños parlamentarios— consiguió ser el más nombrado en las conversaciones políticas digitales​, reflejo del poder de amplificación que otorgan las redes a voces antes marginales.

Un factor crucial es cómo logran esa omnipresencia digital. Investigaciones señalan que basta una pequeña minoría muy activa para sesgar la balanza de la discusión en línea. Menos del 0,1% de los usuarios puede llegar a generar alrededor del 10% del contenido de orientación populista en redes sociales, logrando amplificar posturas como las anti-inmigración y otros mensajes típicos de la ultraderecha​

Estas comunidades en línea, organizadas y fervientes, aprovechan algoritmos que premian el contenido emocional y polémico. Así, logran que sus consignas se viralicen y arrastren el eje del debate hacia sus terrenos preferidos (inmigración, identidad nacional, anti-“casta”, etc.), obligando al resto de los actores políticos y mediáticos a responder en sus términos. Plataformas como Twitter (hoy X), Facebook, YouTube o TikTok se han convertido en campos de batalla ideológica donde la extrema derecha internacional ha demostrado gran pericia. Desde la campaña de Donald Trump en 2016 —que explotó Twitter y Facebook como nunca antes— hasta el ascenso de líderes como Jair Bolsonaro en Brasil (impulsado por WhatsApp y videos virales), se evidencia un cambio en la manera de hacer política: la propaganda digital directa al votante, sin filtros de la prensa tradicional, puede decidir elecciones y exacerbar polarizaciones.

Argentina no es ajena a esta tendencia. El propio Milei cultivó su fama primero en medios televisivos y luego en Internet, donde legiones de seguidores (especialmente jóvenes) difundieron sus frases incendiarias y lo erigieron como fenómeno viral. Referentes regionales advierten que la derecha radical ha sabido conectar con las nuevas generaciones mejor que sus adversarios. La ex presidenta chilena Michelle Bachelet, por ejemplo, reconoció con preocupación que “la ultraderecha maneja las redes sociales mejor que nosotros”, señalando cómo líderes conservadores llegan eficazmente al público joven mediante TikTok y otras plataformas​

Bachelet contó el caso de una sobrina que admiraba a la vez a ella y a un dirigente ultraderechista en TikTok, ilustrando la capilaridad del mensaje: conviven en el mismo feed discursos antagónicos, y el más hábil en la estética de redes suele ganar la atención. Esta hegemonía digital de la ultraderecha tiene impactos globales: difunde narrativas de posverdad, noticias falsas o teorías conspirativas a gran velocidad, reconfigura la agenda (por ejemplo, instalando temas como la anti-“ideología de género” o el negacionismo climático) y desafía a las democracias liberales.

¿Representa esto un cambio permanente en la política? Todo indica que la contienda por el poder ahora también se libra en el plano de los likes, retuits y algoritmos. Los partidos tradicionales se han visto obligados a adaptar sus estrategias comunicacionales, profesionalizando sus equipos de redes, pero muchas veces corren detrás de la espontaneidad provocadora que maneja la nueva derecha. Este giro tiene aristas positivas y negativas: por un lado, democratiza la voz —candidatos outsiders pueden llegar al electorado sin padrinazgos mediáticos—, pero por otro fragiliza el debate público, volviéndolo más emocional y menos factual. El discurso de Milei reconoce implícitamente que su propio movimiento es hijo de esta era digital, donde se construyen liderazgos carismáticos al margen (o en contra) de la prensa establecida. La política 2.0, marcada por hashtags y videos virales, llegó para quedarse; el desafío para la sociedad será discernir información de desinformación y exigir propuestas reales detrás de la espuma virtual.

Entrada anterior Cobertura del 40% de los jueces federales: independencia judicial en juego
Entrada siguiente “El fin de la casta” y la lucha contra la corrupción en Argentina