Es hora de que se retiren: la generación octogenaria debe dar un paso al costado

Es hora de que se retiren: la generación octogenaria debe dar un paso al costado

Las elecciones han hablado. Y su mensaje fue tan contundente como ineludible: la sociedad argentina ya no quiere más de lo mismo. No quiere más soberbia, más ambiciones personales disfrazadas de causas, ni más nombres que se repiten como un eco de tiempos que ya no existen.

En cada rincón del país, con mayor o menor intensidad, el voto fue un grito, una interpelación directa a esa dirigencia política histórica que ha envejecido aferrada al poder, incapaz de leer el hartazgo popular ni de soltar los privilegios.

El retorno interminable de los mismos

San Luis es solo un ejemplo, pero un ejemplo nítido. A pesar del veredicto social, allí persisten los intentos por reciclar lo que ya no conmueve. Reaparece Cristina Fernández de Kirchner, ahora como aliada de viejos caciques provinciales. Se empeña en sostener a Alberto Rodríguez Saá (PJ), símbolo de una estructura que hace décadas perdió contacto con el ciudadano común. Y como si no alcanzara, vuelve a mostrarse Adolfo Rodríguez Saá, intentando ocupar espacios que ya no le pertenecen.

Una generación que no resolvió nada

Se trata de una generación política que, con más de 40 años en el poder, no resolvió ninguno de los problemas estructurales del país. Deuda, pobreza, inflación, crisis educativa, inseguridad, fragmentación social, corrupción absoluta: todo sigue igual o peor. Y sin embargo, como si el tiempo no pasara, siguen compitiendo, siguen opinando, siguen operando.

Mientras tanto, los jóvenes siguen siendo relegados, usados como escenografía de campaña pero excluidos del verdadero poder, salvo Villa Mercedes que se plantó. El recambio generacional es bloqueado sistemáticamente por una élite que no supo retirarse a tiempo, ni asumir su fracaso histórico.

 Un ciclo que debe terminar

La generación octogenaria debe retirarse. No por edad, sino por haber perdido toda capacidad de renovación. Por haber agotado su contrato con la historia. Por haberse convertido en un obstáculo para el futuro que tanto declaman defender.

Es tiempo de nuevas voces, nuevas miradas, nuevas formas de liderazgo. No se trata de juventud por juventud, sino de oxigenar una democracia asfixiada por los personalismos eternos.

Argentina no necesita salvadores. Necesita generosidad. Necesita líderes sembradores que sepan decir basta y dejar lugar.

Que no lo hagan por vergüenza, ni por presión. Que lo hagan por amor a un país, una provincia, una ciudad que ya no tiene tiempo para esperar que los mismos de siempre cambien lo que no cambiaron en cuatro décadas.

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