Gurruchaga y González Ferro: cuando el coraje joven le puso freno al autoritarismo viejo

Gurruchaga y González Ferro: cuando el coraje joven le puso freno al autoritarismo viejo

Por Gustavo Thompson

La política de San Luis ha sido, durante décadas, un terreno difícil, muchas veces condicionado por estructuras verticalistas, hegemonías monolíticas y liderazgos que confundieron poder con perpetuidad. Pero la historia, por suerte, siempre se encarga de poner las cosas en su lugar. Y esta vez, el lugar lo ocuparon dos jóvenes diputados que decidieron ponerle fin al miedo, al silencio y al culto de la obediencia ciega.

Cristian Gurruchaga y Nicolás González Ferro no solo llegaron a la Cámara de Diputados con el respaldo electoral del pueblo de Villa Mercedes, sino también con un mandato implícito: defender la institucionalidad, la justicia social y —por sobre todo— la lealtad a quien verdaderamente los representa: el intendente Maximiliano Frontera.

Y eso hicieron. Cuando los ataques del diario de Rodríguez Saá —camuflados de periodismo, pero diseñados como veneno político— se volvieron insostenibles, Gurruchaga y González Ferro tomaron una decisión que marca un antes y un después en la política provincial: separarse del bloque peronista tradicional y conformar uno nuevo, claro y transparente, llamado “Acuerdo del Interior”.

Una decisión cargada de valentía, inteligencia y sentido del momento histórico. Porque con ese gesto, le arrebataron la mayoría legislativa al autor del agravio, y al mismo tiempo, le pusieron un freno concreto al abuso de poder.

Fin del relato, fin del ciclo

La respuesta del exgobernador fue la esperada de quien no tolera la autonomía: insultos, descalificaciones, y un intento desesperado de sostener un relato que ya nadie compra. En un acto de nerviosismo impropio de un «estadista» —y muy propio de un caudillo en retirada—, Alberto Rodríguez Saá calificó a los jóvenes legisladores como “traidores”, intentando imponer la narrativa de siempre: que todo aquel que disiente, debe ser castigado.

Pero no. Esta vez no. Esta vez la política sanluiseña le dio la espalda al dedazo, al castigo, al relato maniqueo. Y le dio la bienvenida a una generación que no negocia su dignidad y no se acobarda al apriete.

Como bien lo bautizó Luis Giraudo, uno de los funcionarios más ejecutivo del gobierno provincial, “el Viejo Garca” —como apodan ya sin temor a Rodríguez Saá en los pasillos del poder— representa el pasado más oscuro del justicialismo sanluiseño: el de la soberbia, el disciplinamiento forzoso, la deslealtad con los propios y la impunidad como forma de gestión.

Frontera como símbolo, Gurruchaga y Ferro como ejecutores

Este giro político no es casual. Maxi Frontera ha sabido construir en silencio, con trabajo y resultados, un liderazgo alternativo en Villa Mercedes. Es su figura la que genera nerviosismo en el viejo aparato. Y son sus dirigentes jóvenes, como Gurruchaga y González Ferro, quienes materializan la transición generacional que ya está en marcha.

Lo que estos legisladores han hecho no es una traición. Es un acto de madurez política y fidelidad ética. Eligieron estar del lado de quienes los llevaron hasta donde están, no del lado de quienes siempre creyeron que el poder es hereditario y que la historia les pertenece.

La política en San Luis cambió. Y cambió para siempre. Alberto Rodríguez Saá ha dejado de ser el conductor. Y ya no es siquiera el referente. Hoy es apenas un actor marginal, sepultado por sus propios excesos, y por el avance de una generación que vino a reparar lo que él arruinó y destrozó.

Gurruchaga y González Ferro ya no son promesas. Son el presente que se anima a marcarle el límite al pasado.

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