Por Gustavo Thompson.
En medio de una economía tensionada, una sociedad exhausta y una narrativa presidencial basada en la guerra cultural y el ajuste económico, el anuncio del proyecto de creación de una nueva moneda nacional —el Argentum— podría parecer, a simple vista, una medida técnica. Sin embargo, detrás de esa aparente frialdad administrativa, se esconde una batalla simbólica que podría resultar determinante para el futuro político del presidente Javier Milei.
La iniciativa, presentada en el Congreso por Ricardo López Murphy, propone eliminar tres ceros al peso argentino y crear una nueva unidad monetaria —el Argentum (AG)—, que comenzaría a circular a partir del 1 de enero de 2026. El objetivo declarado: simplificar operaciones contables, ordenar los sistemas informáticos y reducir el peso simbólico de una moneda depreciada por décadas de inflación. Pero en la Argentina, donde la moneda es mucho más que un medio de intercambio, el Argentum corre el riesgo de convertirse en un boomerang político de alto voltaje.
El relato libertario, en jaque
Javier Milei cimentó su llegada al poder sobre una premisa disruptiva: destruir la casta política, cerrar el Banco Central y erradicar el peso argentino, símbolo —según él— del fracaso estatal. Su promesa de dolarización total se convirtió en bandera de campaña y esperanza para millones de votantes desencantados.
En ese marco, la aparición del Argentum representa una contradicción estructural con su relato fundacional. No sólo no dolariza, sino que crea una nueva moneda estatal, bajo control del mismo Banco Central que juró dinamitar. La oposición no tardará en capitalizar esta contradicción.
«¿No venían a dolarizar? ¿No iban a eliminar la moneda basura? ¿Qué es esto entonces: el nuevo Austral con peluca?» —puede llegar a decir el kirchnerismo con sorna y crudeza.
El peronismo afila sus armas
Para el peronismo, especialmente su vertiente kirchnerista, el Argentum es una oportunidad de oro. No sólo puede asociarlo con las fallidas reformas del pasado (como el Austral en 1985), sino que puede instalarlo como prueba del fracaso libertario.
«Te prometieron dólares, te dan más papel pintado», dirán los voceros opositores. “Cambiaron el nombre de la miseria, pero no la miseria en sí”.
La narrativa emocional es potente: una moneda que llega mientras crece el desempleo, se profundiza la pobreza y se ajustan salarios, puede quedar en el imaginario colectivo como el símbolo de una traición. Y en política, pocas cosas se pagan tan caro como romper un mito propio.
El riesgo del rebote emocional
Si la inflación no cede —o incluso se acelera— y el Argentum es percibido como una movida cosmética, el gobierno podría perder no sólo el control del relato económico, sino también el eje emocional que sostiene su poder.
Una cosa es prometer motosierra con épica, otra muy distinta es empezar a parecerse a los gobiernos que se prometió destruir. Y en una sociedad cansada de relatos, cualquier olor a “más de lo mismo” puede ser letal.
¿Reinicio o epitafio?
Todo dependerá del momento en que se implemente. Si llega luego de una estabilización real, con inflación baja, orden fiscal y crecimiento, el Argentum podría presentarse como el acto final de la limpieza monetaria libertaria: el cierre del ciclo decadente.
Pero si el contexto es de crisis, confusión y ajuste sin rumbo, el nuevo billete será leído como el certificado de defunción simbólico del mileísmo.
Conclusión
En la Argentina, la moneda no es sólo dinero. Es memoria. Es promesa. Es identidad. Por eso, la creación del Argentum no será simplemente un cambio de papel: será un espejo. Un espejo que puede reflejar el éxito de un nuevo rumbo… o el reflejo desencajado de un gobierno que se contradice y se agota.
Lo que defina su destino no será la tinta ni el diseño. Será el relato. Y en esa batalla, el peronismo ya está afilando los cuchillos.