Por Gustavo Thompson.
La causa contra Cristina Fernández de Kirchner representa una oportunidad histórica para replantear el vínculo entre ética pública, administración del Estado y justicia independiente. Sin embargo, mientras el escenario siga contaminado por intereses cruzados, operaciones políticas y discursos sin autocrítica, la verdad seguirá siendo rehén de la conveniencia.
En definitiva, no basta con condenar personas si no se transforma el sistema que permitió esas prácticas. El futuro institucional de la Argentina no se juega sólo en los tribunales, sino en la voluntad real de romper con la lógica de impunidad, sea del color político que sea.
Pero allí mismo, en esa encrucijada, también aparece una luz. Un resquicio por donde se asoma una nueva generación de argentinos y argentinas, aún no contaminada por los pactos de poder, ni atrapada en la repetición cíclica del pasado. Jóvenes que no están hipotecados por las internas palaciegas de los partidos, ni por la cultura del “vale todo” que caracterizó a gran parte de la dirigencia de las últimas décadas, hoy obsoletas.
Ellos no deben —ni quieren— rendir cuentas por los errores del pasado. Ven el país desde otro lugar: con más tecnología, con más sensibilidad ambiental y social, con menos fanatismo ideológico y con más vocación por resolver lo concreto. Esta generación no se moviliza por la épica vacía ni por los liderazgos mesiánicos: se mueve por la transparencia, el mérito, la empatía y la inclusión real.
En contraposición, la dirigencia octogenaria que aún pretende dictar el ritmo de la Argentina lo hace desde lógicas de conservación, de blindaje personal y de revancha. Mientras una parte del país quiere seguir debatiendo sobre el 2001 o el 1976, otra parte —la que va ganando fuerza en las aulas, en los barrios y en los nuevos espacios digitales— ya está pensando el 2030, el 2040, y lo hace sin odio, pero con memoria y determinación.
Por eso, más que un juicio a una persona, este tiempo exige un juicio ético a un modelo de país agotado, que se sirvió del Estado en beneficio propio y dejó a millones afuera. Y en ese juicio simbólico y colectivo, los jóvenes tienen la última palabra.
No es sólo Cristina la que está bajo examen, en San Luis están los hermanos Rodriguez Saá y CIA. Hay todo un sistema. Y si hay esperanza, es porque hay una generación decidida a no repetir los errores que heredó, sino a forjar un país distinto, donde la ética y la justicia no sean banderas de campaña, sino reglas básicas de convivencia.