Por Gustavo Thompson
A poco más de un mes de las elecciones provinciales del 11 de mayo en San Luis, crece un fenómeno que preocupa tanto a la dirigencia política como a los observadores de la realidad social: la falta de voluntad de la ciudadanía para participar en el proceso electoral. La apatía, el desencanto y el desinterés se han instalado con fuerza en una sociedad que, golpeada por la crisis económica, la inflación y la incertidumbre, ya no encuentra motivación ni representación genuina en la clase política.
El fenómeno no es exclusivo de San Luis, pero en esta provincia se vuelve especialmente llamativo. La desconexión entre el electorado y la política tradicional se expresa en conversaciones cotidianas, encuestas de intención de voto e incluso en la conducta cívica: hay desinformación sobre la boleta única, desinterés por las listas y hasta un creciente número de personas que admite, sin tapujos, que no piensa ir a votar.
A diferencia de otros años, cuando en esta etapa del calendario electoral ya se vivía un ambiente efervescente, debates encendidos y reuniones vecinales, con representatividades claramente definidas, hoy la atmósfera es de indiferencia. Hay poco clima electoral. Las campañas transcurren con bajo perfil, los actos son escasos y la sensación general es que las elecciones están lejos de la agenda cotidiana de la gente. Un silencio que duele más que el ruido de la confrontación encarnizada que se vislumbra a flor de piel en la capital puntano, no así en el interior de la provincial, principalmente en Villa Mercedes que, salvo dos o tres personajes nefastos que se detectan con absoluta claridad, la convivencia institucional y política es optima, en paz, con diálogo, libertad y respeto.
Este contexto invita a un análisis más profundo. ¿Qué ha sucedido para que la herramienta democrática más valiosa —el voto— sea hoy vista como una carga, un trámite o, peor aún, una pérdida de tiempo? La respuesta parece estar en la combinación de una oferta política desgastada, una ciudadanía decepcionada y una sensación generalizada de que el resultado no cambiará sustancialmente la vida cotidiana de la gente.
En San Luis, además, el nuevo sistema electoral —más ágil y transparente— no alcanza por sí solo para revertir la apatía. Si bien promete facilitar la elección, no logra despertar interés en quienes ya están emocionalmente desconectados. A esto se suma un escenario nacional convulsionado, con una economía en recesión, salarios deteriorados y una conflictividad creciente que empuja a la gente a enfocarse en la supervivencia diaria más que en los debates institucionales.
La desafección política no debe naturalizarse. Cuando la sociedad pierde la esperanza de que el voto sea una herramienta de transformación, se abre paso a fenómenos peligrosos: la indiferencia cívica, el vacío institucional y la fragilidad democrática. En ese marco, el desafío para todos los actores políticos es mayúsculo: no solo competir entre sí, sino recuperar la confianza de una ciudadanía que ya no cree.
El 11 de mayo no está en juego solamente quién ganará una banca o un concejo deliberante. Lo que realmente se pondrá a prueba es si la democracia sigue viva en el corazón de los puntanos, o si el desinterés ha logrado silenciar incluso ese grito colectivo que, alguna vez, se llamó participación.