Los triunfos del peronismo que agitan el clima emocional del país

Los triunfos del peronismo que agitan el clima emocional del país

Por Gustavo Thompson

En una Argentina sacudida por la crisis económica, el ajuste y el descontento social, el reciente triunfo del peronismo en dos provincias no es solo una novedad electoral. Es un fenómeno emocional. La política, en tiempos de incertidumbre, se vive tanto con la cabeza como con las tripas. Y esta vez, las tripas del país empezaron a moverse.

Mientras las encuestas marcan una caída sostenida de la imagen presidencial de Javier Milei —hoy en torno al 35-40%— y crecen las señales de agotamiento social, el peronismo resucita, no con grandes discursos, sino con hechos: gana. Lo hace en contextos difíciles, donde pocos apostaban por una remontada. Y lo más relevante no es solo el resultado, sino el impacto emocional que genera.

La dopamina política opositora

Para la militancia peronista y para buena parte del electorado opositor, el efecto inmediato es un alivio. Después de meses de retrocesos, silencios forzados y derrotas discursivas, una victoria genera una bocanada de aire fresco. Se activa la dopamina política: hay entusiasmo, hay movimiento, hay horizonte. No está todo perdido. “Todavía estamos vivos”, repiten con orgullo quienes empezaban a creer que no había futuro.

En paralelo, se reactiva la narrativa de la resistencia con futuro. Los gobernadores ganadores muestran que se puede enfrentar el ajuste con gestión, cercanía y discurso territorial. Ya no es solo “resistir”; es también “mostrar cómo se hace”.

El desconcierto libertario

Del otro lado, en el universo oficialista, el clima es distinto. Se cuela la ansiedad. Aparece el desconcierto. En sectores libertarios comienza a instalarse la idea de que el relato épico del “cambio irreversible” no es invulnerable. Por primera vez en muchos meses, el peronismo recupera la épica. Y eso duele.

Se multiplican los ataques a los “gobernadores traidores”, a “la casta del interior” y a los votantes que “no quieren el cambio”. El clima emocional oficialista vira de la euforia fundacional a la hipervigilancia agresiva.

El centro que empieza a mirar distinto

En el electorado independiente y moderado, el movimiento es más sutil, pero no menos importante. Crece el interés por las gestiones locales. Se empieza a distinguir entre el ajuste nacional y las provincias que aún logran sostener políticas públicas, producción y cercanía. La pregunta se instala: ¿habrá otro camino?

Este segmento —clave en cualquier elección— entra en una fase de ambivalencia emocional: sienten cierto alivio por ver que hay opciones viables, pero todavía temen una reedición del pasado. No hay certezas, pero sí dudas nuevas. Y eso ya es un cambio.

De la resignación al deseo

Lo que está ocurriendo es más que un resultado. Es un cambio de clima. Se pasa de la resignación al deseo, del miedo al desafío, del silencio al murmullo organizado. Las provincias, como tantas veces en la historia argentina, marcan el pulso que anticipa transformaciones más grandes.

Los triunfos del peronismo en los territorios no modifican el dólar ni la inflación, pero impactan en algo tan poderoso como invisible: el estado de ánimo nacional. Y en política, el ánimo colectivo siempre es antesala de lo posible.

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