Marcha K: el fanatismo como refugio y la neurociencia del autoengaño colectivo

Marcha K: el fanatismo como refugio y la neurociencia del autoengaño colectivo

Por Gustavo Thompson.

La movilización kirchnerista en defensa de Cristina Fernández de Kirchner, realizada en Plaza de Mayo, no fue una manifestación política en el sentido clásico: fue un acto de reafirmación identitaria, impulsado por resortes emocionales, sesgos cognitivos y una narrativa que se aleja cada vez más de la realidad social mayoritaria.

Desde la neurociencia política, este tipo de manifestaciones masivas se explica como una reacción de pertenencia grupal ante una amenaza simbólica. Los manifestantes no marchan tanto “por Cristina”, sino por ellos mismos, por su lugar en una estructura de sentido que les ofrece pertenencia, consuelo y dirección en medio de una sociedad desbordada de incertidumbres. En términos neuropsicológicos, se activa el sistema límbico, especialmente la amígdala, donde se procesan el miedo y la ira. Esto refuerza vínculos grupales y bloquea circuitos de pensamiento crítico.

Pero esta reacción no debe confundirse con una expresión democrática robusta. Como bien señalan expertos en comunicación política, una multitud no equivale a mayoría. Lo que vimos fue un núcleo militante reducido, con fuerte carga simbólica, que responde a una narrativa cerrada, repetitiva y cada vez más desconectada de las demandas del electorado real.

En psicología social, esto se conoce como “disonancia cognitiva”: cuando los hechos entran en conflicto con nuestras creencias, muchas personas prefieren negar los hechos antes que cuestionar su sistema de valores. Así, marchan ignorando causas judiciales, pruebas de corrupción o el colapso institucional que dejó una década de gobierno. No es que no lo sepan; es que no pueden aceptarlo sin colapsar su identidad política.

El fenómeno también puede leerse a través del sesgo de pertenencia: los humanos tenemos una inclinación evolutiva a mantenernos dentro de un grupo, incluso si ese grupo entra en conflicto con nuestros intereses personales. El simple hecho de “estar juntos” ofrece una falsa sensación de seguridad. Pero, ¿qué sentido tiene pertenecer a un espacio político asociado con el retroceso económico, el clientelismo y la impunidad?

En este punto es donde la movilización pierde potencia. La marcha no convoca a nuevos votantes, no seduce a los desencantados, no entusiasma a los jóvenes. Al contrario: consolida un gueto emocional, un refugio ideológico que cada vez resulta más disonante para el argentino promedio. Como bien resume un analista: “Es más probable que la gente se identifique hoy con un ex participante de Gran Hermano que con una ex presidenta condenada por corrupción”.

El kirchnerismo cometió un error estratégico grave: confundir lealtad con representatividad. En lugar de expandirse, se encapsula. En lugar de interpretar la nueva emocionalidad social —más horizontal, crítica y fragmentada—, se recluye en gestos teatrales que reafirman un pasado cada vez más cuestionado (1970).

La Argentina de 2025 no está pidiendo marchas; está pidiendo respuestas reales. Y la neuro-política lo confirma: ya no se trata de gritar más fuerte, sino de comprender las emociones que verdaderamente están movilizando al pueblo argentino.

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