Maxi Frontera está en la puerta de la trascendencia

Maxi Frontera está en la puerta de la trascendencia

Por Gustavo Thompson

En política, como en la vida, hay un punto al que pocos acceden: la trascendencia.

No hablamos de gestión, ni siquiera de liderazgo. Hablamos de imprimir el nombre propio en la memoria colectiva, de fundirse con el espíritu de un pueblo y su identidad, de convertirse en símbolo. En Villa Mercedes, esa cima solo la han alcanzado unos pocos, y ninguno de ellos fue intendente devenido de la democracia.

Desde 1983 a la fecha, han pasado media docena de jefes comunales por el Palacio de Pedernera. Todos gestionaron, algunos lo hicieron con eficacia, otros con ambición. Y sin embargo, ninguno logró ser parte del alma cultural e histórica de la ciudad.

Los únicos nombres que resisten el paso del tiempo sin ser discutidos son Justo Daract, fundador de Villa Mercedes, y los poetas José Adimanto Zavala y Alfredo Alfonso, autores de la cueca inmortal que dio identidad a la ciudad. No hay acto, fiesta o evocación local donde sus nombres no aparezcan. Ellos no ocuparon cargos ejecutivos, pero trascendieron.

Incluso figuras de peso como Miguel Ángel Bonino, el primer intendente democrático, son recordadas más por su lugar simbólico del momento histórico que por su obra. Y casos como el de Mario Raúl Merlo, con seis gestiones al frente del municipio, apenas sobreviven en el recuerdo gracias al dato estadístico de haber asfaltado más de mil cuadras. Pero la trascendencia no es aritmética. Es emocional, cultural, popular.

Y aquí es donde Maximiliano Frontera enfrenta su momento de decisión histórica.

Frontera no sólo ha conducido la ciudad con solidez y cercanía. Ha construido un vínculo emocional real con el nuevo universo social de Villa Mercedes, una ciudad que ha crecido más de un 300% desde el retorno democrático. Ese nuevo entramado social —de mercedinos nativos y por adopción— no tiene todavía un símbolo que los represente a todos, Frontera es el creador del nuevo símbolo y todavía no asume como propio esta realidad.

En este contexto, la oportunidad está a la vista: crear un nuevo hito simbólico, cultural y colectivo, como lo sería la Fiesta Nacional del Río Quinto.

Durante décadas, los sucesivos gobiernos, incluso el provincial, buscaron imponer símbolos que, lejos de consolidarse, generaron resistencia. Ni La Pedrera ni el Molino Fénix lograron superar la fuerza cultural de Calle Angosta, porque no nacieron de la emoción del pueblo, sino de la voluntad de poder de turno.

La trascendencia no se impone, se conquista. Y para que eso suceda, un líder debe ser capaz de dar un paso más allá, con carácter, con personalidad, con certeza: crear algo nuevo que interprete el presente y proyecte el futuro y, fundamentalmente: LOS UNA A TODOS CON UNA NUEVA INSTANCIA DE SENTIDO DE PERTENENCIA E IDENTIDAD. En Villa Mercedes no existen los mercedinos de primera y de segunda clase, TODOS SOMOS MERCEDINOS.

La Fiesta Nacional del Río Quinto puede ser ese momento fundacional. No sólo sería un evento que honra al río históricamente ignorado, sino una plataforma de encuentro, identidad y pertenencia para las nuevas generaciones. Un símbolo nacido desde abajo, con participación plena de la comunidad, y organizado por quienes verdaderamente habitan la ciudad: los mercedinos por origen y por elección.

Si Frontera toma esa posta, si convierte la idea en política de Estado municipal, si logra que el símbolo nazca del pueblo y para el pueblo, entonces sí, habrá dado el paso que ningún intendente logró desde 1983 hasta hoy: trascender.

Y cuando en el futuro se recuerde a Maxi Frontera, no será sólo como un buen intendente. Será el hombre que creó el símbolo del nuevo Villa Mercedes. El que dejó de darle la espalda al río y le dio identidad a su tiempo. el que siempre defendió y custodió los legados de nuestros padres y abuelos mercedinos pero el que sembró nuevas semillas para que el bosque siga creciendo.

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