Por Gustavo Thompson.
Villa Mercedes resiste con respeto, paz y esperanza desde el corazón joven del pueblo
Pasaron las elecciones, pero no el clima de enfrentamiento. Las urnas ya hablaron, los votos fueron contados, las autoridades proclamadas. Sin embargo, la política continúa ensimismada en su propia guerra, prolongando las heridas abiertas por una de las campañas más virulentas que se recuerde en años recientes.
En distintos puntos del país, los ecos de esa contienda no cesan. Acusaciones cruzadas, operaciones mediáticas, agresiones verbales y descalificaciones personales siguen ocupando espacios que deberían haber sido devueltos a la cordura y al diálogo después de los comicios.
Pero en medio de ese escenario cargado de tensión, Villa Mercedes se erige como una excepción luminosa, un pequeño milagro cívico donde la paz no fue eslogan, sino práctica. Allí, donde muchos esperaban una réplica de la violencia discursiva nacional, ocurrió algo distinto. Algo profundamente humano.
El ejemplo silencioso de los jóvenes
No fueron los partidos. No fueron las estructuras. No fueron las viejas recetas del poder. Fueron los jóvenes quienes sostuvieron el clima de paz, armonía y respeto. Desde las calles limpias de afiches agresivos hasta la convivencia en las escuelas, universidades y espacios públicos, se respiró una madurez política inesperada y esperanzadora.
En Villa Mercedes no se insultó. Se experimentó un nuevo clima electoral. No se agredió. Se construyó. No se impuso. Se propuso. Y todo eso no fue obra del azar, sino de una generación nueva que, cansada del odio heredado (mentalidad setentista), decidió cortar con la repetición del pasado.
La política necesita mirar hacia abajo
Mientras en las cúpulas los egos siguen chocando, en la base social aparece un modelo alternativo: Sembradores de líderes que señalan un sueño colectivo. Hablamos de liderazgo colaborativo, empático y silencioso. Uno que no grita ni polariza, que no mide su fuerza en seguidores sino en voluntades compartidas.
Villa Mercedes no fue perfecta, pero fue distinta. Fue un faro. Y en un país herido, los faros no se discuten: se siguen.
Una lección que merece ser escuchada
La Argentina necesita mirar con humildad este ejemplo. Porque si los jóvenes de una ciudad pueden sostener la esperanza cuando todo parece empujarlos al cinismo, entonces todavía hay un camino posible. Y ese camino no está hecho de insultos ni slogans vacíos, sino de respeto, escucha, empatía y amor por lo colectivo.
Pasaron las elecciones. Pero la historia recién empieza. Y quizás, si prestamos atención, el próximo capítulo lo estén escribiendo ellos: los que todavía creen que se puede construir sin destruir.
Villa Mercedes emprende un nuevo camino, ya esta escrito, es una hermosa historia de crecimiento y ejemplos, lejos de los agravios y la contaminación mental.