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La jornada electoral del pasado 13 de abril de 2025 en la provincia de Santa Fe dejó un dato que trasciende lo meramente cuantitativo: sólo el 55,6% del padrón habilitado concurrió a votar, marcando así la peor cifra de participación ciudadana en comicios provinciales desde el retorno de la democracia en 1983.
Más allá de los resultados partidarios o del protagonismo del oficialismo santafesino, este índice de participación pone en evidencia una profunda desconexión entre el sistema político y buena parte de la ciudadanía, que decidió, por convicción o indiferencia, no acercarse a las urnas. Y lo hizo en un contexto sensible: la elección de convencionales constituyentes encargados de reformar la Constitución provincial, una oportunidad institucional tan trascendente como poco comprendida por amplios sectores sociales.
El fenómeno merece una lectura más allá de la coyuntura. Si bien se trató de una elección no ejecutiva —sin cargos de gobernador, intendente ni legisladores en juego—, la baja participación refleja una tendencia preocupante que se viene profundizando en distintos puntos del país: la idea de que ciertos procesos electorales «no cambian nada», o que están diseñados por y para una elite dirigencial cada vez más distante de las urgencias cotidianas de la sociedad.
Algunos analistas atribuyen este fenómeno a un déficit de pedagogía política, una falta de esfuerzo institucional por explicar de forma clara y masiva el alcance de una reforma constitucional que puede modificar aspectos clave de la vida democrática santafesina: desde la inhabilitación de candidatos con condenas firmes por corrupción, hasta la eliminación de fueros legislativos o la limitación de reelecciones indefinidas.
Otros, en cambio, apuntan a una fatiga democrática acumulada por años de promesas incumplidas, crisis económicas recurrentes y una dirigencia que, salvo excepciones, ha perdido capacidad de movilización, sentido colectivo y compromiso militante real.
Lo cierto es que el 44% del padrón decidió no votar, y ese dato no debería ser pasado por alto. No sólo porque erosiona la legitimidad simbólica del resultado, sino porque expone una fractura de confianza en las herramientas institucionales de cambio.
La democracia se construye y se sostiene con participación activa, y Santa Fe acaba de encender una señal de alarma. ¿Estamos escuchando?
