Por Gustavo Thompson
En tiempos donde la hostilidad suele tapar los logros ajenos, Villa Mercedes escribe otra historia. Una historia luminosa, generosa, que celebra sin mezquindades a quienes brillan. Esta vez, el motivo de orgullo es Manolo Maiztegui, quien regresó a su ciudad abrazado por el cariño de su gente y con un Martín Fierro Federal en sus manos. Y lo que sucedió fue mucho más que un reencuentro: fue un homenaje espontáneo, sincero, conmovedor.
Manolo fue recibido como lo que es: un hijo del corazón de Villa Mercedes, un talento formado en la cultura del esfuerzo y la pasión, un mercedino por esencia que supo transformar su capacidad y sensibilidad en una obra colectiva que hoy es reconocida a nivel nacional.
Lo esperaban sus amigos de la vida:
@gastonbiarnes, @damian.karlen, @pablo_abrate, @dominguezae, @pedrojgoris, @marioagustinmercau y el propio @manolomaiztequi.
Músicos, contadores, abogados, arquitectos, comunicadores. Jóvenes que hoy son parte activa del entramado político, social e institucional de la ciudad.
Villa Mercedes mostró, una vez más, que no todo está perdido. Que los nuevos tiempos traen consigo una mentalidad renovada: se destaca y se festeja con grandeza, se reconoce el talento propio sin envidia, se celebra el éxito del otro como triunfo colectivo.
Manolo Maiztegui representa esa nueva mirada. Su logro es símbolo de una generación que se anima, que construye, que proyecta. Y que no olvida su raíz. Por eso, más allá del Martín Fierro, el verdadero premio fue el abrazo colectivo de su ciudad, de sus hermanos de la vida, de su gente.
Una ciudad que aplaude de pie cuando uno de los suyos brilla. Y en ese aplauso, se reconoce también a sí misma.