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por Gonzalo Javier Estrada
Un pequeño gran libro que, siendo estudiantes, nos recomendó leer nuestro profesor de Filosofía del Derecho Ricardo Caracciolo aclaró una duda recurrente que siempre de joven me asaltaba: ¿para qué ser abogado?, para reducir el sufrimiento fue fácil responder después de leer “El límite del dolor”, de Nils Christie.
Porqué el Derecho ordena la vida y evita el conflicto, nos hace -en teoría- más humanos y anima a reducir el dolor que conlleva tomar decisiones equivocadas en la vida. Sin embargo… todavía ¿hay jueces honestos en Berlín?.
Para usar un refrán popular alemán que quiere significar que aún el más débil puede soportar los embates del más poderoso para restablecer la justicia (en su caso un humilde molinero contra el rey de Prusia Federico El Grande).
Hoy parece que son los jueces y fiscales quienes no limitan su poder, los que abusan deliberadamente en contra de quienes -en la mayoría de los casos- no tienen voz.
Nuestro país corre el riesgo de nombrar en la Corte Suprema a un juez infame, sin ningún mérito para ocupar el sitial; la Vicepresidente de la Asociación de Mujeres Jueces de la República Argentina quiso renunciar a la magistratura para evitar un enjuiciamiento y destitución seguros por pedir coimas en su tribunal.
La esencia republicana que reposa en el diseño constitucional del país se pierde velozmente sin que -al parecer- a nadie le importe demasiado. Y frente a nuestros denodados esfuerzos de apartar a fiscales y jueces para garantizar un mínimo de imparcialidad en los procesos sólo obtenemos respuestas corporativas que lo único que garantizan es que la injusticia se volverá a repetir.
Claro que hay honrosas excepciones de quienes desde adentro de la Justicia resisten está rodada cuesta abajo, aunque desgraciadamente no son los más quiénes distinguen que los “jueces” antes que “jueces” son humanos.