La rebelión del silencio: la Argentina que ya no cree, ya no vota

La rebelión del silencio: la Argentina que ya no cree, ya no vota

Por Gustavo Thompson

En un país donde el voto supo ser bandera de cambio, de memoria, de justicia, hoy el silencio se vuelve protagonista. Las recientes elecciones en Argentina confirmaron un fenómeno alarmante pero revelador: una marcada caída en la participación electoral, que no puede explicarse únicamente por apatía. Es mucho más profundo. Es desilusión. Es hartazgo. Es ruptura.

La ciudadanía ya no se siente interpelada ni por los rostros del pasado ni por las promesas del presente. Las urnas, que antes eran el símbolo del poder popular, se vacían en cada elección, no por falta de interés, sino por una decisión política: no convalidar más el sistema tal como está.

La decadencia de la vieja política

Durante décadas, la Argentina estuvo dominada por una casta política octogenaria que supo acumular poder, privilegios y escándalos en proporciones históricas. Con discursos progresistas o conservadores, se robaron el país a mansalva mientras predicaban ética y república. Hoy, esos nombres vuelven a escena con la desesperación de quienes saben que el tiempo ya no los perdona. Pero la sociedad les soltó la mano. Y no hay retorno.

Ya no hay épica posible para quienes fueron parte del saqueo institucional de los últimos 40 años. La generación que viene no quiere más jefes mesiánicos ni herencias partidarias. No quiere que los mismos de siempre vengan a ofrecer lo mismo de siempre, maquillado de modernidad.

La frustración libertaria

Javier Milei irrumpió como un fenómeno disruptivo, con un lenguaje frontal y una narrativa de ruptura que logró canalizar esa bronca generalizada. Pero la sociedad no votó esperanza, votó desesperación. Y cuando la esperanza no aparece, la frustración es inevitable.

Hoy, Milei enfrenta su propio colapso emocional con la ciudadanía. El relato del león se debilita entre las incoherencias de gestión, los pactos con lo viejo, las peleas internas y el ajuste brutal. Y aunque aún conserva una base de apoyo fiel, la ilusión libertaria empieza a hacer agua. No hay épica que resista la heladera vacía.

Una democracia que no emociona

La consecuencia es clara: la política ha dejado de emocionar. Y cuando la política no emociona, no convoca. El voto se vuelve innecesario para una generación que no ve futuro en las boletas.

En este contexto, la abstención se convierte en el nuevo acto rebelde, en una forma de protesta pacífica pero feroz. El mensaje no lo llevan los discursos ni los spots: lo lleva la ausencia en las urnas.

La generación sub 50 —y especialmente la sub 30— no está perdida. Está buscando algo que todavía nadie ha sabido construir: una nueva narrativa, con nuevos liderazgos, nuevos lenguajes y nuevas formas. Lo que rechaza es el cinismo, la doble moral, la política como negocio personal.

¿Y ahora qué?

Argentina asiste a un momento bisagra, donde el sistema democrático no está en crisis por exceso de participación, sino por su agotamiento moral. Y los responsables son los de siempre: los que creen que pueden volver como si nada, tal es el caso de Alberto Rodriguez Saá en San Luis, los que llegaron para cambiarlo todo y terminaron haciendo más de lo mismo.

Hay un país entero que no milita, no grita, no vota. Pero observa. Y espera. Espera una alternativa que no venga ni del archivo ni de YouTube. Espera una política que no sea espectáculo, ni herencia, ni chantaje emocional. Espera algo que todavía no ha nacido, pero que está por nacer.

Hasta que eso suceda, el silencio en las urnas será el mensaje más claro y más doloroso que esta sociedad pueda dar.

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